Rainer María Rilke
(Praga, 1875 - Suiza, 1926)

Brevísima Antología Poética

Versión de Jaime Ferreiro Alemparte
Publicado en Nueva antología poética de Rainer María Rilke
Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral, 1999

Ofrenda a los Lares
(1895)

EN LA VIEJA CASA

En la vieja casa, libre ante mí
diviso Praga entera a la redonda;
al fondo, silencioso y quedo el paso,
pasa de largo la hora honda del crepúsculo.

La ciudad se desvanece como detrás de una luna.
Alta sólo, al modo de un gigante empenachado,
se alza ante mí la cúpula verdosa
de la Torre de San Nicolás.

Ya parpadea aquí y allá una luz
lejana sobre el denso fragor ciudadano. -*
Para mí es como si en la vieja casa
ahora una voz me dijera “Amén”.


-* Rilke usa con frecuencia el signo - (Gedankenstrich) para señalar una interrupción, una pausa o una palabra que consciente e intencionadamente se omite.

UNA CASA NOBLE

La noble casa con su ancha rampa:
qué bello quiere mostrárseme su brillo gris.
La subida con su mal empedrado,
y allí está en la esquina
la lámpara opaca y sucia.

En el antepecho de una ventana
ladea la cabeza un palomino
como queriendo echar una mirada
a través del paño de la cortina;
moran las golondrinas en las grietas
entre los pasos de los portalones:
a esto llamo yo Stimmung*,
sí, yo lo llamo -encanto.


-*La palabra Stimmung no se puede traducir directamente. Expresa un estado anímico propicio y concorde. Caracteriza propiamente lo lírico, en consonancia con el re-cuerdo (Er-innerung), así sucesivamente evocado. Rilke traduce aquí ese estado con el vocablo “encanto” (Zauber).

EL HRADSCHIN [**]

Contempla con agrado la corroída frente
de la vieja residencia imperial;
ya la mirada del niño trepaba
hasta allí.

Y las mismas apresuradas ondas del Moldau
saludan al Hradschin;
desde el puente lo están mirando graves
los Santos.

Y las torres todas, las más modernas,
levantan la vista hacia la Torre de San Vito
como un tropel de niños a su padre
más amado.


[**] El Hradschin de Praga fue fundado, junto con la catedral de San Vito, en 1348 por el emperador Carlos IV, en el ámbito de la antigua ciudadela (Burg) del siglo IX.

JUNTO A SAN VITO*

Con gusto me detengo delante de la vieja catedral;
flota allí como moho, como un aire podrido,
y cada ventana y cada columna
habla todavía su propio idioma.

Allí se acuclilla una casa rica en volutas
y sonríe erótico el rococó,
y rezando a su lado
estira el rígido gótico sus manos flacas.

Para mí está claro ahora el casus rei;
alegoría es de antiguos tiempos:
el Señor abad aquí – a su lado
la Dama del Rey Sol.


[*] La catedral de San Vito fue levantada sobre las reliquias del santo traídas a Praga en 1335 por el emperador Carlos IV. San Vito pervive todavía en la tradición popular como intercesor contra la enfermedad llamada «Baile de San Vito».

EN LA CAPILLA DE SAN WENCESLAO

Todas las paredes en el vestíbulo
rebosan de suntuosa pedrería.
¿Quién sabría nombrarla? Cristales de Bohemia,
topacios pardo oscuros, amatistas.

Como un milagro, luminoso encanto
irradia el espacio en la luz mecido,
debajo del dorado tabernáculo
reposa el polvo de San Wenceslao.

Todo el ámbito hueco hasta la cima
de la cúpula está pleno de lámparas;
y el esplendor del oro se envanece
en el ágata amarilla.


EN LA IGLESIA DE SAN ENRIQUE

Muy pegado a la reja del altar de la iglesia,
en donde flamea débil la lámpara,
duerme viejo, muy viejo el caballero
bajo el blasón en la lápida gris.

Alto lo llevó en la vida,
siempre muy cuidadoso de su brillo –
¿Sabe que las viejas con sucias chanclas
le pasan por encima renqueando?




EL EDIFICIO

La mezquina edificación moderna
verdaderamente no va conmigo.
Aquí, esta antigua casa puede acoger
ricas y amplias azoteas de piedra,
pequeños y recatados balcones.

Y techos con holgura abovedados,
propicios receptores de sonidos,
por doquiera hornacinas interiores,
en donde los brazos confidentes del ocaso
se tiendan hacia ti.

Las paredes todas dobles y fuertes de auténticos sillares asentados a hueso; – sin cuidado, podría yo aprender cosas horrendas, desde el corto, callado saledizo, tiendo la vista sobre los cuarteles de cinc.


ENCANTO

A menudo veo el cuarto de intimidad animado,
con vivacidad cuentan las paredes;
una amable muchacha, medio niña aún, alza
las manos hacia el cuadro de María.

Un chico aplicado está junto al padre,
que mucho ha aportado para la casa.
Se disponen a rezar la oración angélica,
y la madre da un descanso a la rueda de hilar.

Me parece entonces que los ojos se humedecen,
hasta los de la Virgen en el marco.
Escucho: en la voz de bajo del padre
suena propicio el Amén.


OTRO ENCANTO

El hijo se acerca, pesado el paso,
a su padre. Y con torpeza en la lengua...
¿Es verdad? ¿qué, qué dices, una novia?
¡Adelante, adentro, pues, con ella!

Y allí está por vez primera de pie.
La muchacha se ruboriza y calla,
y el padre limpia las gafas.
¡Diablo! ¡Estupenda ha sido tu elección!

Y el padre abre los brazos,
y la novia aturdida
recibe su beso y su bendición.


         La colección de poemas bajo el título Ofrenda a los Lares (Larenopfer), correspondiente al primer grupo de los llamados Primeros Poemas (Erste Gedichte), apareció por Navidades en 1895. Se presume que fueron escritos avanzado el otoño de ese año en Praga. Los poemas no están fechados por separado, a excepción de los tres últimos.
         Los noventa y nueve poemas que integran esta colección están dedicados a Praga, su ciudad natal, y a Bohemia. Se ha señalado su carácter descriptivo y su tono neorromántico e impresionista, pero lo importante para nosotros es la dimensión lárica, que impregna su productividad ulterior en connotación mítica y cósmica, especialmente con el paisaje. Lo lárico, nos dice en carta “a una amiga” (17 de julio de 1926), “fue, por decirlo así, en su pletórica forma, la fíbula de mimmovida existencia”. Y en la famosa epístola a Hulewicz (25 de noviembre de 1925) nos habla del contenido lárico de las manzanas europeas, en contraposición con la uniformidad de las que ya por entonces venían de Estados Unidos.


EL ÁNGEL

Yendo por Malvasinka[*]
paso enfrente de una hilera de niños,
en donde apacible y buena
la pequeña Anka o Ninka descansa
en su pequeña camita postrera.

Sobre un montículo estrecho de tierra,
de rodillas, escondido en alta adormidera,
con ala rota empolvada, hay
un angelote hecho de arcilla cruda.
El niñito alicaído me daba
lástima, – el pobrecillo.
¡Ahora, mira! De sus labios soltóse
leve una diminuta mariposa.


[*] Cementerio de Praga


«IN DUBIIS»

I

Hasta mí aquí no irrumpe grito alguno
de las naciones en disputa agreste,
yo no soy parte de uno u otro bando;
pues lo justo no está en los extremos.

Y puesto que nunca he olvidado a Horacio
bien propicio estoy para todo el mundo,
y me atengo inquebrantable a la vieja
aurea mediocritas.


II

Me parece el más grande quien no presta
juramento por ninguna bandera,
y porque se desligó de la parte,
ahora del mundo entero participa.

Su hogar es el mundo; mas no lo es menos
el paladio de la patria nativa;
pues entonces es la patria para él
su casa, el lugar en que ha nacido.


Coronado sueño
(1896)

CANCIÓN REGIA

Debes con dignidad soportar la vida,
tan sólo lo mezquino lo hace pequeña;
los mendigos te podrán llamar hermano,
y tú puedes sin embargo ser un rey.

Aunque el divino silencio de tu frente
no lo interrumpa dorada diadema,
los niños se inclinarán en tu presencia,
los entusiastas te mirarán atónitos.

A ti los días de rutilante sol
te hilarán rica púrpura y blanco armiño,
y, con pesares y dichas en sus manos,
de rodillas ante ti estarán las noches...

Praga, 9 de septiembre de 1896.

         Damos aquí tan sólo esta composición que preside emblemáticamente un conjunto de veintiocho poemas de corte neorromántico escritos en Praga. Fueron estudiados por Peter Demertz, René Rilkes PragerJahre, Düsseldorf, 1952. “Canción regia” es símbolo del poeta.



Adviento
(1897)

ADVIENTO

Empuja el viento rebaños de copos
por el bosque invernal como un pastor,
y más de un abeto siente que pronto
se hallará nimbado de luz y amor;
y escucha un rumor distante. Resuelto
tiende sus ramas por senderos blancos,
y hace frente al viento y crece soñando
una noche de gloria y majestad.

Primera redacción: Munich, 26 de enero de 1897;
redacción definitiva: finales de 1897 en Berlín.


La colección de poemas reunidos bajo este título general apareció por Navidad de 1897, y fueron escritos en los años 1896 y 1897. Más tarde se añadieron cinco poemas (1894-18979 en la edición de los llamados Primeros Poemas, en 1913, en la cual se incluyeron también los poemas láricos de Praga, seguidos de Coronado sueño y Adviento. Damos sólo el poema “Adviento” por su carácter representativo. El ciclo consta de 79 poemas. Se ha señalado en ellos la inluencia de Jacobsen.


Poemas tempranos
(1899)

Ésta es la nostalgia: morar en la onda
y no tener patria en el tiempo.
Y éstos son los deseos: quedos diálogos
de las horas cotidianas con la eternidad.

Y eso es la vida. Hasta que de un ayer
suba la hora más solitaria de todas,
la que sonriendo, distinta a sus hermanas,
guarde silencio en presencia de lo eterno.

Berlín-Wilmersdorf, 3 de noviembre de 1897.

No puedes esperar hasta que Dios llegue a ti
y te diga: yo soy
Un Dios que declara su poder
carece de sentido.
Tienes que saber que Dios sopla a través de ti
desde el comienzo,
y si tu pecho arde y nada denota,
entones está Dios obrando en ti.

Sin fecha (1898-1899).

Segunda edición muy refundida entre 1908 y 1909, con poemas escritos en su mayor parte entre noviembre de 1897 y finales de 1898. Fueron publicados por la Navidad de 1899, junto con el poema escénico «La princesa blanca» (Die weibe Fürstin).

Libro de las horas
(1905)

Puesto en las manos de Lou

I. LIBRO DE LA VIDA MONÁSTICA

[ 5 ]
(Selección)

Amo de mi ser la cosas oscuras,
en las cuales se ahondan mis sentidos;
en ellas, tal como en añejas cartas,
hallé mi vida diaria ya vivida,
superada, hecha lejana leyenda.

De ellas sé que tengo espacio para una
segunda vida, anchurosa y sin tiempo.
Y a veces soy como el árbol que adulto
y rumoroso, encima de una tumba,
cumple el sueño que el muchacho, ya sido,
(por el que se entran sus raíces cálidas)
perdió en melancolías y canciones.

22 de septiembre de 1899.

[ 36 ]

¿Qué harás tú, oh Dios, cuando yo muera?
Yo soy tu cántaro (¿y si me quiebro?)
Yo soy tu bebida (¿y si me corrompo?)
Soy tu ornato y tu oficio.
Tú pierdes conmigo tu sentido.

Después de mí no tendrás casa en donde
palabras cercanas y cálidas te saluden.
De tus pies cansados se caerá
la sandalia de seda que yo soy.

Tu gran manto se soltará de ti.
Tu mirada, que yo acojo caliente
en mis mejillas, como en una almohada,
andará buscándome largo tiempo -
y a la hora del ocaso se echará
en el regazo de unas piedras desconocidas.

Y tú, oh Dios, ¿qué harás? Yo tengo miedo.

26 de septiembre de 1899.

II. LIBRO DEL PEREGRINAJE

(Selección)
[ 1 ]

No te maravilla el ímpetu del huracán,
tú lo has visto crecer: -
los árboles huyen, y su huida
crea avenidas marchando solemnes.
Entonces sabes que el que ante ellos huye
es aquel con quien tú vas,
y tus sentidos lo cantan
cuando estás asomado a la ventana.

En calma quedaban las semanas estivales,
ascendía la sangre de los árboles:
ahora tú sientes que quiere caer
en el que todo hace.
Creías reconocer ya la fuerza
al abrazar el fruto,
ahora se vuelve de nuevo enigmático,
y eres una vez más huesped.

El estío fue casi como tu casa,
en ella tú sabes mantener todo -
ahora has de ir fuera en tu corazón
al igual que se va por la llanura.
Empieza la grandiosa soledad,
sordos se tornan los días,
de tus sentidos toma el viento el mundo
como una hoja muerta.

A través de su ramaje vacío
ve el cielo él que tú tienes;
sé tú tierra ahora y canción de ocaso,
y país que con el cielo hace juego.
Sé humilde ahora como una cosa,
madura para la realidad, -
para que Él, del que salió el conocer
te sienta cuando te asga.

18 de septiembre de 1901

III: LIBRO DE LA POBREZA Y DE LA MUERTE
(Selección)

[ 30 ]

La casa del pobre es como un sagrario.
En su interior lo eterno se cambia en alimento,
y al anochecer regresa suave
hacia sí, en un anchuroso círculo,
y se acoge en sí, lento, pleno de resonancias.

La casa del pobre es como un sagrario.

La casa del pobre es como la mano de un niño.
No toma lo que los adultos piden,
le basta un escarabajo con ornadas pinzas,
una piedra ovalada de rodar por el río,
la corrediza arena y las conchas sonantes.
Es como una balanza suspendida,
sensible a la más leve recepción,
oscilando largamente entre los dos platillos.

La casa del pobre es como la mano de un niño.

Es como la tierra la casa del pobre:
esquirla de un venidero cristal,
ya claro, ya oscuro, en su huidiza caída;
pobre cual la cálida pobreza de un establo, -
y no obstante están los anocheceres: en ellos es ella todo,
y de ella vienen todas las estrellas.

19 de abril de 1903
br>

          El Libro de las Horas (Das Studen-Buch) está formado por tres libros escritos en 1899, 1901 y 1903. Se publicó en la Navidad de 1905.
          Rilke no pensó aquí en un "Libro de las horas" en el sentido de las horae canonicae del Breviario. Toda su obra lírica es trasunto de su intimidad, y aquí está en relación inseparable con el paisaje, con la hora declinante del ocaso, con el oscurecer (Abend), las horas preferidas del poeta. Todos estos poemas, puestos en las manos de Lou Andreas-Salomé, llevaban el título de Oraciones (Gebete), pero en su publicación Rilke tuvo que aceptar, aunque con reservas, el título Libro de las Horas impuesto por su editor. También hubo de renunciar al subtítulo "Primero, segundo y tercer Libro de Oraciones", que propuso a cambio, y a las anotaciones anímico-paisajísticas del manuscrito enviado a Lou, tan evocadoras de su inspiración.
         El Libro de las Horas representa tres estadios consecutivos de la vida del poeta en situaciones y en paisajes diferentes. El primero, el Libro de la Vida Monástica, recoge impresiones del primer viaje a Italia (Diario Florentino); la grata acogida en la colonia de artistas en Worpswedw, con sus turberas "llenas de vida y de viento", y sus dos fecundos viajes a Rusia (1899 y 1900) en idílica compañía de Lou. El segundo, Libro del Peregrinaje, alude a la vida errabunda y economicamente insegura del poeta y a su precaria salud. El tercero, Libro de la Pobreza y de la Muerte, comienza con la miseria de las ciudades superpobladas, que Rilke a duras penas puede soportar leyendo el Libro de Job y a Baudelaire (de esta terrible opresión se librará al concluir en 1910 los Apuntes de Malte Laurids Brigge). Este tercer libro se cierra con la apología de la pobreza en el poema dedicado a San Francisco de Asís, precedente cristiano del mito pagano de los Sonetos a Orfeo.
         En una carta a Lou, Rilke se quejaba de que la penuria y su pésima salud le impedían “hacer de la angustia cosas”. Y agregaba: “Una vez lo logré, aunque tan sólo por poco tiempo. Cuando estuve en Viareggio; ciertamente me asaltaron allí los miedos y me avasallaron... y con todo me fue posible. Allí nacieron oraciones, Lou, un libro de oraciones... Porque son de tan grande armonía y descansan tan a gusto a tu lado, y porque nadie sabe de ellas, a no ser tú y yo, y por eso puedo descansar en ellas...”

LIBRO DE LAS IMÁGENES
(1902 - 1906)

ENTRADA

Tú quien quiera que seas: Sale a la atardecida
de tu cuarto, dentro no ignoras nada;
al final ante la lejanía está tu casa:
tú quien quiera que seas.
Con tus ojos que, cansados, apenas
se ven libres del desgastado umbral,
alzas lentamente un árbol oscuro
y póneslo ante el cielo: esbelto, solo.
Y has realizado el mundo. Y es grande,
y como una palabra que aún madura en el silencio.
Y como tu querer abarca su sentido,
tus ojos le dan tierna libertad…

Berlín-Schmargendorf, 24 de febrero de 1900
(primer libro, primera parte).


SILENCIO

¿Oyes tú, amada, que yo alzo las manos?
¿Oyes?: algo murmura…
¿Qué gesto encontraría el solitario
si no lo escuchara de muchas cosas?
¿Oyes tú, amada, que cierro los párpados?
y eso es también el murmullo que llega hasta ti.
¿Oyes tú, amada, que los abro de nuevo…?
… mas por qué no estás aquí…

La huella de mi más mínimo movimiento
se torna visible en el sedante sosiego;
la más pequeña emoción se graba indestructible
en el tenso telón de la distancia.
En los rasgos de mi aliento se yerguen
y se bajan los astros.
A mis labios llegan los aromas para abrevar,
y conozco los giros de la mano
de ángeles alejados.
Sólo los que yo pienso: a ti
no te los veo.

Sin fecha, entre 1900 y 1901
(primer libro, primera parte).



Todos ellos tienen bocas cansadas
y almas claras sin contornos.
Y la nostalgia (como del pecado)
va con frecuencia en ellos por el sueño.

Casi todos se igualan entre sí;
se callan en los jardines de Dios,
con muchos repetidos intervalos
en su fuerza y melodía.

Tan sólo cuando despliegan sus alas
son despertadores de un viento:
como si Dios marchara con sus anchas
manos de escultor por las páginas
en el libro sombrío del comienzo.

Berlín-Schmargendorf, 22 de julio de 1899
(primer libro, primera parte).


EL ÁNGEL TUTELAR

Tú eres el ave que batió las alas
cuando yo desperté y llamé en la noche.
Yo llamé con los brazos, pues tu nombre
es como un hondo abismo de mil noches.
Tú eres sombra donde quieto me duermo,
tu polen forja en mí todos los sueños,
tú eres el cuadro, mas yo soy el marco
que te completa en brillante relieve.

¿Cómo nombrarte? Mis labios se tullen.
Tú eres principio que inmenso se vierte;
yo el «Amén» que lento y temeroso
da tímido remate a tu belleza.

Me arrancaste a veces de oscura calma,
cuando el sueño me pareció una tumba,
y como un extraviarse y escaparse, –
me alzaste entonces de mi oscuro pecho,
querías izarme en todas las torres
cual bandera escarlata y colgadura.

Tú hablas de milagros como saberes
y de los hombres como melodías,
y de las rosas: de acontecimientos
que en la llama de tu mirar se cumplen, –
tú, feliz, cuándo nombrarás a Aquel
que de su séptimo y último día
queda aún resplandor en el batir
de tus alas…
¿Mandas que yo pregunte?

Berlín-Schmargendorf, 24 de julio de 1899
(primer libro, primera parte).


INFANCIA

Allí transcurre la larga angustia de la escuela
y el tiempo de espera con objetos indistintos.
Oh soledad, oh pesadumbre de pasar el tiempo...
Y al salir: bullen y suenan las calles,
y en las plazas se elevan surtidores,
y en los parques cobra amplitud el mundo.
E ir por todo eso en traje infantil,
muy distinto de los que van o fueron:
Oh edad singular, oh pasatiempo,
oh soledad.

Y contemplar de lejos todo eso:
hombres y mujeres; hombres y mujeres
y niños, que son otros y vistosos;
y allá una casa, y a ratos un perro,
y un susto mudo, qué sueño, qué espanto,
oh qué hondura sin fondo.

Y así jugar: pelota y arco y aro
en un jardín, que suave palidece,
y a veces, por tocar a los mayores,
ciego y loco jugando al escondite,
pero quieto al anochecer, y volver a casa
pasito a paso, tieso y cogido de la mano:
Oh qué comprender siempre más y más huidizo,
oh qué angustia, qué peso.

Y arrodillarse muchas horas junto al estanque
grande y gris con el barquito de vela;
olvidándolo, porque otros iguales,
de velas más lindas, circulaban por delante,
y tener que pensar en la carita
pálida que parecía hundirse en el estanque:
Oh la infancia, oh comparación inaprensible.
¿Adónde fue, adónde?

Meudon-Val-Fleury,
invierno de 1905-1906
(primer libro, primera parte).


DE UNA INFANCIA

La oscuridad era como un tesoro en la alcoba,
en donde el niño secretamente se sentaba.
Y cuando la madre llegaba como en un sueño,
se estremecía un vaso en el silencioso armario.
Ella sentía cómo el cuarto la delataba,
y besaba a su hijo: ¿Tú estás aquí?…
Luego ambos miraban con temor hacia el piano,
pues más de una noche ella tenía una canción
donde el niño extraña y hondamente se enredaba.
Sentado en el silencio, sus grandes ojos seguían
la mano que, muy agobiada por la sortija,
iba, como a través de una ventisca,
sobre las blancas teclas.

Berlín-Schmargendorf, 21 de marzo de 1900
(primer libro, primera parte).


INICIAL

De nostalgias infinitas ascienden
hechos finitos, cual débiles fuentes
que temprano y temblando se inclinan.
Pero aquellas que nos pasan por alto,
nuestras alborozadas fuerzas – muéstranse
a través de estas saltarinas lágrimas.

Berlín-Schmargendorf, 20 de julio de 1899
(primer libro, segunda parte).


PONT DU CARROUSEL

El ciego en el puente, gris como el pétreo
mojón de un reino anónimo,
es quizá la cosa inmutable en torno
a la que va la hora de las estrellas
y el aquietado centro de los astros.
Pues todo a su alrededor yerra, escurre y alardea.

Él es el justo inmovible
puesto en muchos y confusos caminos;
la entrada oscura al mundo subterráneo
cerca de un linaje superficial.

Sin fecha, probablemente
París, 1902-1903
(primer libro, segunda parte).


DÍA DE OTOÑO

Señor: es hora. Largo fue el verano.
Pon tu sombra en los relojes solares,
y suelta los vientos por las llanuras.
Haz que sazonen los últimos frutos:
concédeles dos días más del sur,
úrgeles a su madurez y mete
en el vino espeso el postrer dulzor.

No hará casa el que ahora no la tiene,
el que ahora está solo lo estará siempre,
velará, leerá, escribirá largas cartas,
y deambulará por las avenidas,
inquieto como el rodar de las hojas.

París, 21 de septiembre de 1902
(primer libro, segunda parte).


OTOÑO

Las hojas caen, caen como de lejos,
cual si en los cielos se secasen huertos lejanos;
caen como negando con gestos la caída.
Y en las noches cae grave la tierra
en la soledad de todos los astros.
Todos caemos, esta mano cae aquí,
y otra te ve: está en todo.

Y no obstante hay Uno que este caer
mantiene con infinita ternura en las manos.

París, 11 de septiembre de 1902
(primer libro, segunda parte).


ANOCHECER EN SKANE

Alto está el parque. Y como de una casa
salgo de su crepúsculo
a la llanura y a la noche. Al viento
que también las nubes sienten,
a los claros arroyos y los aspados molinos,
que allá en el horizonte voltean lentamente.
Ahora soy yo también una cosa en su mano,
la más pequeña bajo estos cielos. Mira:

¿es esto un cielo? Azul feliz, celeste,
a donde las nubes se instan cada vez más puras,
y debajo toda la blancura en transiciones,
y encima aquel grande y delgado gris,
ondulando ardiente como sobre fondo rojo,
y sobre todo, ese irradiar tranquilo
del sol poniente.

                  Maravillosa construcción,
en sí movida y por sí misma sostenida,
dibujando formas, aleros gigantes, pliegues
y cordilleras ante las primeras estrellas,
y de pronto, ahí: un arco en tales lejanías,
como las que quizás sólo las aves conocen…

Jonsered, cerca de Göteborg, Suecia, hacia
el 1 de noviembre de 1904. Impreso por primera
vez en el otoño de 1905. En la edición
en libro abreviado, hacia el final
(primera parte, primer libro).


DE LOS SURTIDORES

De pronto sé muchas cosas de los surtidores,
de esos incomprensibles árboles de cristal.
Podría hablar de ellos como de mis propias lágrimas,
lágrimas que, conmovido por muy grandes sueños,
un día derroché, para olvidarlas después.

¿Olvidé que el favor de los cielos da la mano
a muchas cosas y a acongojadas multitudes?
¿No vela siempre la grandeza incomparable
en el ascender del viejo parque ante el suave
crepúsculo lleno de expectación, en las pálidas
canciones que suben de muchachas ignoradas,
canciones que se desbordan de la melodía
y se hacen reales como si hubieran de reflejarse
en los estanques abiertos?

Y he de recordarme de todo eso,
de lo que en mí y en los surtidores sucedía
para sentir también el peso de la caída
bajo el que otra vez veía las aguas:
Y sé de las ramas que hacia abajo se doblaban,
de las voces que con pequeñas llamas ardían,
de estanques, los cuales reproducían tan sólo
débilmente y como de soslayo las orillas,
de cielos en ocaso, que de ponientes bosques
carbonizados, avanzaban fuera de sí,
para abovedarse de otro modo, oscureciéndose
como si éste no fuese el mundo que ellos creyeron…

¿Olvidé que el astro junto al astro se hace rígido
y permanece sordo para el globo vecino,
que los mundos tan sólo se reconocen como
llorando en el espacio? Quizá estamos mecidos
arriba en lo alto, en el cielo de otras criaturas,
que de noche nos miran. Quizá nos glorifican
sus poetas. Quizá suplican muchos alzando
a nosotros sus preces. Quizá somos las metas
de extraños juramentos que nunca nos alcanzan,
vecinos de un Dios que ellos se imaginan
en nuestras alturas cuando solitarios lloran,
en el que creen y por el que ellos se extravían,
y cuya imagen, cual aureola de su luz
indagadora, pasa fugitiva y dispersa
sobre nuestros semblantes distraídos…

Berlín-Schmargendorf,
14 de noviembre de 1900
(segundo libro, segunda parte).


LEYENDO

Llevaba leyendo ya largo rato, toda la tarde
al pie de la ventana. Del viento, fuera, ya no oía nada.
El libro me pesaba.
Lo veía en las hojas como semblantes
que a fuerza de meditar se oscurecen,
y por mi lectura admiróse el tiempo.
De pronto las páginas se ofuscaron,
y en vez de la angustiosa confusión de palabras
aparece: «Ocaso, ocaso»… sobre todas ellas.
No miro aún hacia fuera, y no obstante se quiebran
las líneas largas, y los vocablos ruedan
de sus hilos a su libérrima voluntad…
Ahora lo sé. Sobre los jardines desbordantes
de esplendor se han dilatado los cielos;
el sol reaparecerá todavía. –
y al punto, por lo que se ve, es noche de verano:
en exiguos grupos se sitúa lo disperso,
por los largos senderos, en sombra, va la gente,
y extrañamente lejos, como si eso significara más,
se escucha lo poco que aún sucede.
Levanto ahora los ojos del libro,
nada resulta extraño y todo se hace grande.
Allá, fuera, se halla lo que yo aquí dentro vivo,
y aquí y allá todo es ilimitado;
sólo para que yo penetre aún más en la urdimbre,
si mi mirada se ajusta a las cosas, –
entonces crece sobre sí la tierra.
Parece abarcar por entero el cielo:
la primera estrella es como la última casa.

Westerwede, septiembre de 1901
(segundo libro, segunda parte).


FINAL

La muerte es grande.
Somos los suyos
de riente boca.
Cuando nos creemos en el centro de la vida
se atreve ella a llorar
en nuestro centro.

Sin fechar (1900-1901). Impreso por primera vez en
Avalum, Heft, marzo de 1901 (segundo libro, segunda
parte).


         La primera edición apareció en julio de 1902, compuesta con poemas de los años 1898 hasta 1901. La segunda edición fue terminada el 12 de junio de 1906, y apareció en diciembre de ese mismo año, aumentada con poemas de los años de 1902 hasta 1906. La revisión definitiva del texto para la quinta edición es de 1913.
         Estos poemas se hallan agrupados en dos libros, ambos a su vez divididos en dos partes, sin que constituyan un ciclo ordenado cronológicamente. Por la fecha de su composición se sitúan entre el Libro de las Horas y los Nueve Poemas. Pertenecen, por consiguiente, a la etapa juvenil (Jugendstil). En nuestra selección nos hemos atenido tan sólo a aquellos que Rilke hará objeto de ulterior profundización, siempre impregnada de intimidad.



Nuevos poemas
(1907)

TEMPRANO APOLO

Como a veces a través de las ramas
aún desnudas descubre una mañana
toda la primavera: así en su frente
nada podría impedir que todo el brillo

de poemas nos hiera casi mortífero;
pues aún no hay sombras en su mirada,
frías para el lauro están aún sus sienes,
y tan sólo más tarde de sus cejas

florecerá lozana rosaleda,
de la que hojas, únicas, desprendidas,
volarán sobre el temblor de su boca,
que ahora está callada, intacta y radiante,
sólo bebiendo algo con su sonrisa,
como si le fuese a inspirar su canto.

París, 2 de julio de 1906.

CANCIÓN DE AMOR

¿Cómo tendré yo que contener mi alma
para que no toque a la tuya? ¿Cómo
levantarla sobre ti hacia otras cosas?
Ay, con qué gusto la hubiera alojado
junto a algo perdido en la oscuridad,
en un lugar extraño y silencioso,
que no vibre más si tú en lo hondo vibras.
Pero todo lo que a ambos nos atañe
nos enlaza a ti y a mí como un arco
que de dos cuerdas arranca una voz.
¿Sobre qué instrumento estamos tendidos?
¿Qué violinista nos tiene en la mano?
¡Oh, dulce canción!

Capri, mitad de marzo de 1907.

BUDA

Como si escuchara. Quietud: una lejanía…
Nos detenemos y ya no la oímos,
y él es una estrella. Y otras grandes estrellas,
que nosotros no vemos, le rodean.
Oh, él es Todo. Realmente, ¿esperamos
que él nos vea? ¿Lo necesitaba?
Y si aquí nos postrásemos ante él,
permanecería indolente y hondo como un animal.
Porque lo que nos arrastra a sus pies,
eso gira en él desde hace millones de años.
Él olvida lo que experimentamos,
y lo que experimenta nos relega.

Meudon, final de 1905.

LA PANTERA
(En el Jardin des Plantes, París)

Su vista está cansada del desfile
de las rejas, y ya nada retiene.
Las rejas se le hacen innumerables,
y el mundo se le acaba tras las rejas.

Blando andar de flexibles fuertes pasos,
y girar en el más pequeño círculo
como danza de fuerza por un centro
en que su voluntad se halla aturdida.

Sólo a veces se alza mudo el telón
de sus pupilas. Luego entra una imagen,
va por la tensa calma de sus miembros
y se extingue al llegar al corazón.

Publicado primero en septiembre de 1903.
Escrito en París en 1903, probablemente ya
a finales de 1902: es la composición más temprana
del ciclo de los «Nuevos Poemas».


LA GACELA
Gazella Dorcas

Encantadora: jamás dos palabras
acordes podrán igualar la rima
que en ti obedece como a una señal.
De tu frente ascienden hojas y lira,

y eres pura metáfora en canciones
de amor, cuyas palabras, leves como
pétalos, reposan sobre tus ojos
cerrados de aquel que ya no las lee:
para así verte: transportada, como
si tus trechos se cargaran de saltos
sin disparar, mientras sostiene el cuello

la cabeza atenta: como si el baño
en el bosque interrumpiera, volviendo
el rostro, en el estanque reflejado.

París, 17 de julio de 1907.

EL UNICORNIO

Alzó el santo la frente, y la plegaria
rodó como un casco de su cabeza:
se acercaba callado, inverosímil,
el blanco animal con ojos de súplica,
como cierva cautiva y sin amparo.

La marfileña armazón de las piernas
movíase con ligeros equilibrios,
resbalaba un destello feliz por su piel blanca,
y en la frente, serena y luminosa,
se alzaba, cual torre en la luna, muy claro el cuerno,
y cada paso tendía a sostenerlo en alto.

La boca con su bozo gris rosáceo
estaba levemente replegada, luciendo
algo de la albura incomparable de los dientes;
suave se encogía y dilataba la nariz.
Mas su mirar, por nada circunscrito,
proyectándose al espacio en figuras,
cerraba un círculo azul de leyendas.

Meudon, invierno de 1905-1906.

EL ÁNGEL

Con una inclinación de la frente echa
lejos de sí todo lo que limita y obliga;
pues por su corazón va enormemente alzado
lo venidero en su girar eterno.

Los hondos cielos están para él colmados de figuras,
y cada una de ellas puede decirle: Llégate y reconoce –.
No pongas en sus leves manos nada
de lo que te produzca pesadumbre. Pues ellas vendrían

a ti de noche, para, por su forcejeo, probarte,
y andarían por la casa irritadas,
y te asirían cual si te crearan
y te desgajarían de tu forma.

París, principio del verano de 1906.

EL CISNE

Esa fatiga por un grave hacer
aún no hecho, y cual entrega maniatada,
tal el paso no creado del cisne.

Y el morir, ése no más asimiento
del fondo sobre el que a diario estamos,
para aposentarse con timidez

en las aguas que suaves le reciben,
y, de su transitoriedad dichosas,
se retiran bajo él onda tras onda;
mientras seguro y con calma infinita,
cada vez más emancipado y regio
boga con serena tranquilidad.

Meudon, invierno de 1905-1906.

EL POETA

De mí te alejas, hora.
El batir de tus alas me hace heridas.
Solitario: ¿qué puede hacer mi boca
con mi noche y mi día?

No tengo amada, ni casa, ni sitio
donde poder vivir.
Todas las cosas a las que me entrego
se hacen ricas y a mí me dejan pobre.

Meudon, invierno de 1905-1906.

CIEGA INCIPIENTE

Se sentó como los otros para el té.
De pronto me pareció que tomaba la taza
de modo un poco distinto a los demás.
Se sonrió una vez. Casi daba pena.

Cuando al fin se levantaron y hablaban
y paulatinamente y como al azar pasaron
por muchos cuartos charlando y riendo,
entonces la vi. Iba a la zaga de todos,

contenida como una que ha de cantar
sin demora ante un nutrido auditorio;
en sus claros ojos, que se alegraban,
había luz del exterior como en un estanque.

Seguía despaciosa, haciendo tiempo,
como si hubiera algo aún no superado;
y no obstante, como si, tras un paso,
no fuese a andar ya más, sino a volar.

París, final de junio de 1906.

HORTENSIA AZUL

Cual resto de verde en el fondo de un tarro,
así estas hojas, resecas, sin brillo, ásperas,
detrás de los corimbos, que en sí un azul
no llevan, pero de lejos lo reflejan.

Lo reflejan harto lloroso e impreciso,
como si de nuevo quisieran perderlo,
y como en viejo papel azul de cartas
hay amarillo en ellos, violeta y gris;

descolorido cual delantal de niña,
ya en desuso, al que ya nada le acontece:
qué breve el plazo de una pequeña vida.

Mas de súbito el azul parece renovarse
en uno de los corimbos, y se ve
un tierno azul que se alegra frente al verde.

París, mitad de julio de 1906.

RETRATO JUVENIL DE MI PADRE

En los ojos sueño. La frente como en contacto
con algo lejano. Bordeando la boca mucha
juventud, seducción no sonreída,
delante de los alamares de adornos rebosantes
del esbelto, noble uniforme,
la cazoleta del sable y ambas manos,
que esperan tranquilas, de nada codiciosas.
Y ahora ya casi invisibles: como si
se disiparan asiendo la lejanía.
Y todo lo restante consigo mismo oculto
y apagado como si no lo comprendiéramos,
profundamente velado por su propia hondura.

¡Tú, daguerrotipo, qué rápido te desvaneces
entre mis manos más lentamente desvanecidas!

París, 27 de junio de 1906.

AUTORRETRATO DEL AÑO 1906

De la antigua noble estirpe, asentada
sobre los firmes arcos de los ojos.
Al mirar, aún miedo y azul de niño,
y humildad aquí y allá, no de siervo,
pero sí de servidor y mujer.
La boca, boca: grande y muy exacta,
no persuasiva, mas del que declara
algo que es justo. Sin maldad la frente,
grata en la sombra de un mirar callado.

Eso es sólo en dependencia presentida;
nunca reunido en el padecimiento
o en el logro de un continuo abrirse paso,
pero así como si, con cosas dispersas,
se vislumbrase algo serio, algo real.

Con fecha indeterminada. Probablemente
París, primavera de 1906.


BUDA

Lejos ya el extraño y tímido huésped
siente como el Buda gotea el oro;
como el rico de lleno arrepentido
que en sigilo acumula sus tesoros.

Pero al acercarse se desorienta
ante la alteza de esas sobrecejas,
porque no son sus vasos y vajillas
y caros pendientes de sus mujeres.
¿Sabría, pues, alguien decir qué cosas
llegaron a fundirse en su interior,
para alzar su efigie sobre ese cáliz

de flores?: muda, en sosiego amarillo
cual un dorado, y a su alrededor
palpando el espacio como a sí mismo.

París, 19 de julio de 1906.

SURTIDOR ROMANO
Borghese

Dos conchas, superando una a la otra
desde el borde de un antiguo mármol,
del que suave arriba el agua se inclina
hacia el agua que abajo está esperando,

para susurrarle algo misterioso,
mostrándole, como en la mano hueca,
el cielo por detrás del verde oscuro,
igual que un objeto desconocido;
propagándose tranquila en la hermosa
taza, sin añoranza, onda tras onda,
sólo a veces cayendo como en sueños,

gota a gota por los colgantes musgos,
al último espejo que a su concha hace
sonreír en suaves transiciones.

París, 8 de julio de 1906.

CARRUSEL
Jardin du Luxembourg

Con el tejado y su sombra da vueltas
durante corto tiempo la manada
de abigarrados caballos, todos del país,
que un rato antes de parar se rezagan.
Cierto, algunos van uncidos al coche.
Mas todos marchan con osados gestos;
con ellos va un león rojo maligno,
y de cuando en cuando un albo elefante.

Incluso hay un ciervo, igual que en el bosque,
sólo que lleva una silla, y encima
sujeta una pequeñuela de azul.

Y sobre el león un niño de blanco cabalga,
y se agarra con la manita ardiente,
y el león echa la lengua y enseña los dientes.

Y en los caballos pasan también chicas,
despiertas, con el salto del caballo
casi ya crecidas; en la mitad del impulso
lanzan la mirada hacia aquí, a un punto cualquiera –
Y de cuando en cuando un albo elefante.

Y el carrusel avanza y se apremia por un fin,
y gira y rueda tan sólo y sin meta.
Dejando tras sí un rojo, un verde, un gris,
un breve apenas iniciado perfil –
y a veces una sonrisa devuelta,
una dicha que ofusca y se prodiga
en ese ciego jadeante juego…

París, junio de 1906.

BAILARINA ESPAÑOLA

Como en la mano una cerilla, blanca,
antes de ser llama, extiende por todos los lados
estremecidas lenguas, así empieza, en un círculo
cercano de espectadores, a ensancharse brusca
su danza redonda, rápida, clara y ardiente.

Y de repente es toda, toda llama.

Con una mirada enciende su pelo
y lanza de golpe con atrevido arte
todo su vestido en aquel incendio,
del que, como serpientes espantadas,
se estiran crepitantes sus brazos, nudos, despiertos.

Y después, como si el fuego le fuera poco,
lo reúne otra vez todo y lo arroja,
dominadora, con gesto altanero,
y lo ve: allí, furioso en el suelo,
y llamea todavía y no se rinde.

Pero victoriosa, segura, saludando
con una sonrisa dulce, erguida la cabeza,
lo apaga con sus breves, firmes pies.

París, junio de 1906.

ORFEO. EURÍDICE. HERMES

Fue de las almas fabulosa mina.
Como silenciosas venas de plata
iban por su oscuridad. Entre raíces
salía la sangre que va a los hombres,
y en la oscuridad parecía pesado pórfido.
Por lo demás nada había más rojo.

Veíanse allí rocas
y bosques incorpóreos. Puentes sobre el vacío,
y aquel enorme, gris y opaco lago
suspendido sobre remoto asiento
cual cielo de lluvia sobre el paisaje.
Y entre los prados, de suave y plena longanimidad,
mostrábase la pálida cinta de un sendero,
tendida como larga palidez.

Y venían por esta única senda.

Al frente el hombre esbelto en manto azul,
que mudo e impaciente ante sí mismo parecía.
Sin masticar su paso devoraba el camino
a grandes trozos; sus manos colgaban
graves y herméticas siguiendo el caer de los pliegues,
olvidadas ya de la leve lira
que a su izquierda se hallaba incorporada
cual rosal en una rama de olivo.
Partidos parecían sus sentidos:
mientras su mirada iba delante como un perro,
regresaba y de nuevo se alejaba
esperándole quieta en un recodo,
su oído iba detrás como un olor.
A veces se imaginaba como si llegara
hasta donde iban aquellos dos
que debían seguir toda esta cuesta.
Y no era sino el eco de su ascenso,
y detrás de él, el viento de su manto.
Pero vienen, lo decía para sí,
lo decía en voz alta, y lo oía repetir por el eco.
Vendrán de seguro, es que serán dos
que andan sin ruido. Si pudiera volver
la vista (si al mirar atrás no fuera
la anulación de toda aquella obra,
que estaba en curso) tendría que verlos,
a ambos, leves, siguiéndole callados.

Al dios de a pie y del lejano aviso,
gorra de viaje sobre ojos claros,
llevando ante el cuerpo flexible vara
y en los talones desplegadas alas;
y a su mano izquierda, confiada: ella.

La Tan amada, que de una lira hizo
brotar más llanto que jamás plañidera alguna;
que del llanto salió un mundo en el que
todo existió de nuevo: bosque y valle,
lugar y senda, animal, campo y río;
que por este mundo-llanto, lo mismo
que por la otra tierra, se movió un sol
y un estrellado y silencioso cielo,
un cielo-llanto de astros alterados:
Por ella Tan-amada.

Pero ella iba de la mano del dios,
impedido el paso por las largas vendas mortuorias,
vacilante, suave, y sin impaciencia.
Sumida en sí misma, como en sublime esperanza,
sin reparar en el hombre que iba delante,
ni en la senda que subía a la vida.
Sumida en sí misma. Y su estar muerta
la colmaba como una plenitud.
Como un fruto de oscuridad y dulzura
así estaba llena de su gran muerte,
tan nueva que ella nada comprendía.

Hallábase en una nueva, no hollada
dolcellez; su sexo estaba cerrado
como un capullo hacia el atardecer.

Y sus manos tan deshabituadas
del tálamo, que aún el más leve roce
del ligero dios que la conducía
le ofendía como un exceso de intimidad.

Ella no era ya aquella mujer rubia
que a veces sonaba en las canciones del poeta,
no más isla y perfume del anchuroso lecho,
no era ya pertenencia de aquel hombre.

Estaba ya suelta como larga cabellera,
y entregada como lluvia que cae,
y repartida como acopio centuplicado.

Era ya raíz.

Y cuando rápido súbitamente
el dios la detuvo, y con dolor en la expresión
pronunció las palabras: «¡Él volvió la cabeza!».
Ella nada comprendió, y dijo en voz queda: «¿Quién?».
Pero a lo lejos, oscuro frente a la clara salida,
se divisaba un hombre cuyo rostro
no se podía reconocer. Estaba en pie y vio
cómo por la pradera, sobre la cinta de un sendero,
con triste mirada el dios del mensaje
daba la vuelta silencioso, y seguía a la figura
que ya desandaba el mismo camino,
impedido el paso por las largas vendas mortuorias,
vacilante, suave, y sin impaciencia.

Escrito en Roma, a comienzos de 1904.
Redacción definitiva: Jonsered, Suecia,
otoño de 1904.


BÚCARO DE ROSAS

Has visto dos chicos de ira temblando,
los viste hacerse un ovillo enzarzados,
era el odio rodando por el suelo
cual bestia por abejas acosada;
teatrales, engallados fanfarrones,
furiosos caballos derribados,
mirada altiva y regañar de dientes:
mondo cráneo asomando por la boca.

Mas sabes cómo olvidar eso ahora,
pues ante ti está un búcaro de rosas,
inolvidable y colmado de aquella
gran magnitud de ser y declinar,
tender sin entregarse y ser ahí:
quizá también lo nuestro en grado sumo.

Vida callada, ilimitado abrirse,
necesidad de espacio sin tomarlo
de aquel espacio que achica las cosas,
no ser contorno casi, como el blanco,
pero puro interior, singularmente tierno,
y bañándose de luz hasta el borde:
¿sabemos de algo comparable a esto?

O a esto: que se origine un sentimiento
porque entre sí los pétalos se tocan.
O también: que uno se abra como un párpado,
y debajo descansen muchos párpados
cerrados, cual si, diez veces dormidos,
suavizasen el ver de un interior.
Y sobre todo: que por esos pétalos
pase la luz. Y de infinitos cielos
filtren despacio aquella oscura gota,
en cuyo brillo se agita y se empina
el enmarañado haz de los estambres.

Y ese movimiento en las rosas, mira:
gestos desde un ángulo tan pequeño
que fueran invisibles, si sus rayos
no se diferenciasen en el cosmos.

Ve aquella blanca, que se abre dichosa,
y esa ahí con sus grandes, abiertos pétalos
como una Venus erguida en la concha,
y la encarnada, como perpleja,
se vuelve hacia una que se muestra fría,
y cómo ésta, insensible retrocede,
y la de hielo, arropada en sí misma,
con las abiertas que se quitan todo.

Y lo que se quitan, grave o sin peso,
como puede serlo, según los casos,
un manto, una carga, un ala o un disfraz,
lo hacen como en presencia del amado.

Qué no serán: ¿no era aquella amarilla,
que ahí yace abierta y hueca, la cáscara
de una fruta, en donde el mismo amarillo,
de un denso anaranjado, era ya jugo?
¿No era para ésta ya mucho el abrirse?
Porque en el aire su rosa infinito
tomaba el regusto amargo del lila.
Y la de batista, ¿no era un vestido
que conserva aún tierno y tibio aliento
cual camisa desvestida en la aurora,
antes del baño en el lago del bosque?
Y ésta aquí, de opalina porcelana,
frágil, una taza plana de China
colmada de pequeños pliegues claros,
y ésa ahí, que nada ajeno a ella entraña.

Y así todas, no hacen sino entrañarse,
si el entrañarse es: transformar el mundo
exterior, lluvia y viento, y la paciencia
de la primavera, culpa e inquietud,
y sospechado destino del oscuro
Occidente, hasta sentir el mudar
de las nubes en su huida y retorno
y percibir el vago influjo de astros lejanos
en una mano plena de interior.

Ahora está puesto en las abiertas rosas.

Capri, por año nuevo de 1907.


Segunda serie
(1908)

A mon grand ami Auguste Rodin

TORSO DE APOLO ARCAICO

No conocemos la inaudita cabeza
en que maduraron sus pupilas. Pero
el torso arde aún igual que candelabro
donde su vista reducida tan sólo

se mantiene y fulge. Si no no podría
cegarte el curvado pecho, ni en el giro
leve del muslo vagara una sonrisa
hacia aquel centro en que gravitaba el sexo.

Si no fuera hermosa esta piedra trunca
bajo la caída clara de los hombros,
no luciera así igual que piel de fiera,

ni irisara desde todos sus contornos
como una estrella: pues ahí no hay un punto
que no te vea. Has de cambiar tu vida.

París, principios del verano de 1908.

LEDA

Cuando acuciado el dios entró en el cisne
casi se espantó de hallarlo tan bello;
y se dejó sumir en él turbado.
Mas ya su engaño le apremiaba al acto

antes de comprobar el sentimiento
del no estrenado ser. Y Leda abierta
reconoció en el cisne la inminencia,
viendo al punto – la unión él suplicaba –

en lucha desigual desconcertada,
que nada puede cubrir. Cayó en ella
y, deslizando el cuello de sus manos
ya sin fuerzas, se abandonó a la amada.
Sintió entonces gozoso su plumaje,
y fue de veras cisne en su regazo.

Otoño de 1907, en París, o primavera
de 1908, en Capri.


SIMEÓN, EL ESTILITA

Gentes innumerables se abatían sobre él,
a las cuales podía elegir y execrar;
y adivinando que de ese modo se perdía,
lejos del olor popular trepó con las manos
rígidas a la cima de una columna,

que no cesaba de crecer, y al no subir más,
comenzó, solo, encima de aquella superficie,
a comparar nuevamente su propia flaqueza
con la alabanza del Señor;

y no ponía término: comparaba;
y el Otro resultaba siempre más grande.
Y los pastores y labradores y almadieros
lo veían pequeño y como absorto,

hablando de continuo con el cielo,
unas veces lluvioso y otras claro;
y sus llantos se precipitaban sobre todos,
como si les aullase a cada uno en el rostro.
Pero hacía ya años que no veía

cómo la multitud apiñada o dispersada
se renovaba abajo sin interrupción,
y el albor rutilante de los príncipes
no alcanzaba con mucho tal altura.

Pero cuando él, allí, casi maldito
y desollado por su resistencia,
solitario con desesperante griterío,
sacudía a diario los demonios:
caían con lentitud de sus llagas
sobre la primera fila, pesados y torpes,
gruesos gusanos sobre las abiertas coronas,
y se multiplicaban en los brocados.

París, comienzo del verano de 1908.

MARÍA EGIPCIACA

Desde que en lecho lascivo como una ramera
había huido sobre el Jordán y, ofrendándose
cual una tumba diera a beber, fuerte
y sin mezcla su puro corazón a lo eterno,
creció irresistible su temprana vocación
de entrega, hasta un grado de tal grandeza
que al fin, como en eterna desnudez
de todo lo creado, yació en la seca caspa

de sus cabellos de amarilleado marfil.
Y giraba en torno un león; y un viejo
lo llamó con la mano para que le ayudara:

(y los dos se pusieron a cavar.)

Y el viejo la tendió dentro en la fosa,
y el león, como un animal heráldico,
se puso al lado y sostuvo la piedra.

París, comienzo del verano de 1908.

CANCIÓN DEL MAR
(Capri. Piccola Marina)

Remoto aliento del mar,
viento marino durante la noche:
no vienes para ningún mortal;
si alguno está despierto,
entonces ha de ver cómo
te pueda arrostrar:
remoto aliento del mar,
que sopla solamente
como para la primigenia roca,
puro espacio
arrancado desde la lejanía…

Oh, cómo te siente en lo alto una higuera,
impulsando su savia
a brotar bajo la luz de la luna.

Capri, final de enero de 1907: es el poema más
temprano de esta segunda serie.


OTOÑO TARDÍO EN VENECIA

Ahora ya no se insta la ciudad como un cebo
que pesca el surgir de todos los días.
Los vítreos palacios suenan más frágiles
en tu mirada. Y en los jardines pende

el verano, montón de marionetas
puestas boca abajo, cansadas, muertas.
Pero del fondo antiguo del bosque en esqueleto
sube el deseo: cual si en una noche

el general del mar doblar quisiese
las galeras en despierto arsenal,
y embrear ya el aire de la mañana

con una flota que a zarpar se apresta,
y enarbolando todas las banderas,
radiante y fatal, tiene grande el viento.

París, comienzo del verano de 1908.

DON JUAN EN SU NIÑEZ

En su esbeltez, ya casi decidiente,
estaba el arco que no se quiebra en las mujeres,
y a veces, no impidiéndolo su frente,
iba por su rostro una inclinación

hacia una que, al cruzársele, cerraba para él
una añeja y exótica figura.
Se sonreía. No era ya más un melancólico
que se vertiera dándose a lo oscuro.

Y mientras recobraba su propia confianza
se aliviaba y casi se retraía.
Resistía serio las miradas femeninas
que le admiraban tentadoramente.

Otoño de 1907 en París,
o en la primavera de 1908 en Capri.


LA ELECCIÓN DE DON JUAN

Y se le apareció el ángel: Dispónteme
sin condiciones. Es mi mandamiento.
Pues que uno haya sobrepasado a aquellas
que, siendo las más dulces, se amargaron
a su vera, me apena.
Cierto que tú tampoco puedes amar mejor
(no me interrumpas, tú yerras),
pero tú estás al rojo, y se halla escrito
que has de conducir a muchas a la soledad,
que tiene esa profunda
entrada. Déjalas entrar,
a aquellas a las que te he destinado,
para que, acrecentadas Eloisas,
las venzan y acallen con su clamor.

Primera redacción: mayo-julio de 1908 en París.
Redacción definitiva: probablemente
a comienzos de agosto de 1908 en París.


LO INTERIOR DE LAS ROSAS

¿Dónde para este interior
un exterior igual? ¿Sobre qué herida
un adecuado lienzo?
¿Qué cielos se reflejan
en el lago interior
de estas rosas abiertas
y sin cuidados? Mira:
cómo reposan, sueltas en lo suelto,
como si jamás temblorosa mano
las pudiera anegar.
Ellas mismas apenas son capaces
de mantenerse; muchas se dejaron
desbordar y se vierten
del espacio interior
en los días que se cierran
siempre más y más colmados,
hasta que el estío es como una alcoba,
una alcoba en un sueño.

París, 2 de agosto de 1907.

LA DAMA ANTE EL ESPEJO

Como en embriagadora especería
desata sin ruido en la fluidez clara
del espejo sus fatigados gestos;
e introduce allí dentro su sonrisa.

Y aguarda hasta que de todo eso ascienda
el líquido; luego vierte el cabello
en el espejo y, alzando los hombros
maravillosos del traje de noche.

bebe callada de su imagen. Bebe
lo que una amante en éxtasis bebiera,
inquiriendo desconfiada; y hace

un guiño a su doncella, si ve luces
sobre el fondo del espejo, roperos,
y lo turbio de una hora trasnochada.

París, entre el 22 de agosto
y el 5 de septiembre de 1907


RELOJ DE SOL

Raras veces llega un hálito de húmeda
putrefacción desde el jardín en sombra,
en el que se oye el gotear del agua,
y un pájaro de paso, al pie de la columna,
por entre mayorana y coriandro,
alza su voz marcando las horas estivales:

sólo cuando la dama (seguida de un lacayo)
en su clara pamela florentina
se inclina sobre el borde,
ensombrece y se cierra en su mutismo;

O toma un descanso cuando una lluvia
de verano se acerca desde el oscilante
movimiento de las altas copas;
pues no sabe cómo expresar el tiempo
que luego, en trozos de frutos y flores,
resplandece de súbito en la blanca glorieta del jardín.

París, comienzos del verano de 1908.

LA ADORMIDERA

Apartada florece en el jardín la mala adormidera,
los vehementes, introducidos de oculto en ella,
se dieron de bruces con la pasión de nuevos espejismos,
cóncavos, solícitos y abiertos,

sueños con máscaras incitadoras
entraron en escena, agigantadas en sus coturnos –:
todo esto se representa en lo alto de esos huecos
y endebles tallos, los cuales (llevando abajados

los pimpollos que creían marchitos)
alzan la urna de semillas hermética,
dejando abiertos los orlados cálices
que, febriles, rodean la adormidera.

París, verano incipiente de 1908.

HORTENSIA EN ROSA

¿Quién atisbó el rosa? ¿Quién vio también
que estaba recoleto en los corimbos?
Cual cosa bajo el oro deslucida
se apagan suaves como objeto en uso.

Pues por tal rosa nada solicitan.
¿Queda para él y en el aura sonríe?
¿Están ahí ángeles para acogerlo
con ternura si expira como aroma?
O quizá se dé también por entero
para no ver jamás su perecer.
Pero bajo este rosa lo oyó un verde,
que ahora se mustia y lo sabe todo.

Otoño de 1907 en París,
o primavera de 1908 en Capri.


         Los poemas de la primera serie se compusieron de 1902 - 1903 a 1907, y aparecieron en diciembre del mismo año. Los poemas de la segunda serie fueron escritos entre el 31 de julio de 1907 y el 2 de agosto de 1908, y aparecieron a comienzos de noviembre de 1908.
         Con estos poemas nace el “poema cosa” (Ding-Gedicht), denominado también “poema de arte” (Kunst-Gedicht). El poeta bajo la influencia de Rodin y de Cézanne, crea estos hermosos poemas plásticos, rotundos, dotados de la inmarchitable individualidad de un cuadro o de una escultura.



RÉQUIEM POR UNA AMIGA
(1909)

      Comenzado el 21 de octubre y terminado el 2 de noviembre de 1908 en París. Se imprimió por primera vez, junto con el Réquiem por el poeta Wolf, en mayo de 1909. Está dedicado a la pintora Paula Modersohn-Becker, nacida en Dresde el 8 de febrero de 1876 y fallecida el 20 de noviembre de 1907 en Worpswede, apenas tres semanas después de haber dado a luz una niña, a consecuencia de una embolia pulmonar. Rilke tenía la convicción de que había muerto de fiebre puerperal.

RÉQUIEM POR UNA AMIGA

Tengo muertos y los dejé partir,
Y me admiré de verlos así tan resignados,
así pronto hogareños en la muerte, así de equitativos,
tan distintos a su fama. Tan sólo tú regresas,
me rozas, me rondas, quieres topar con algo
que a ti suene y te delate.
Ay, no me tomes lo que con lentitud aprendo.
Yo estoy en lo cierto, pero tú yerras
si añoras al tocarte alguna cosa.
Nosotros la cambiamos; no está aquí,
la reflejamos desde nuestro ser
tan pronto como la reconocemos.
Yo te creía mucho más lejana. Me perturba
el que ahora te extravíes y vuelvas,
tú, que transformaste más que otra mujer alguna.
No es que nos espantara la causa de tu muerte,
no, mas que su rigor oscuramente nos interrumpiese,
arrancando el hasta entonces desde ahora,
eso es lo que a nosotros nos atañe; ponerlo en su lugar
será nuestra tarea en todo lo que hagamos.
Pero el que tú misma te espantaras, y aún te espantes,
donde el espanto no tiene ya razón de ser;
que tú pierdas un pedazo de tu eternidad,
y entres aquí, amiga, en el aquende,
donde todavía nada hay que sea; que tú dispersa
por primera vez en el Todo, a medias dispersa,
no captes el comienzo de las infinitas naturalezas
al modo como aquí captabas todas las cosas;
que desde ese círculo en que giras ya cogida,
la muda gravedad, inquieta de algún modo,
te arrastre abajo, al tiempo ya saldado –: esto,
cual ladrón que irrumpe de pronto, me despierta muchas veces
de noche. Y si a mí me fuera dado decir que tan sólo te dignas
venir desde tu magnanimidad, desde tu abundancia,
porque estás tan segura, tan dentro de ti misma,
que vas de un sitio a otro, como un niño,
sin miedo a que algo malo te suceda –:
pero no: tú suplicas. Eso me penetra hondo hasta
los huesos, y me pasa y tronza como una sierra.
Un reproche, que soportases como un espectro,
y a mí me lo pasaras, cuando por la noche me recojo
a mis pulmones, en lo más entrañable de mis vísceras,
en la última morada, en la más pobre de mi corazón, –
semejante reproche no sería tan cruel
como esta súplica. ¿Qué suplicas?
Dime, ¿es que debo emprender un viaje? ¿Has dejado
a tu espalda alguna cosa, que te atormenta
y quiere acompañarte? ¿Debo ir a un país
al que tú no has visto, aun cuando te resulte
familiar, como la otra mitad de tus sentidos?
Navegar quiero por sus ríos, quiero
saltar a tierra e inquirir por sus viejas costumbres,
quiero hablar con las mujeres en las puertas,
y observar cuando llaman a sus hijos.
Quiero grabarme cómo componen el paisaje
cuando están fuera en la antigua labor
de los prados y campos; anhelo ser llevado
en presencia de su rey,
y quiero mover a los sacerdotes, por medio del soborno,
para que me pongan ante la estatua más fuerte
y me dejen dentro cerrando las puertas del templo.
Mas luego quiero, cuando mucho sepa,
contemplar humilde a los animales,
para que un poco de su gracia pase a mis miembros;
deseo tener en sus ojos breve existencia,
que me retengan y despacio me dejen ir,
serenos sin juzgarme.
Haré que jardineros me muestren muchas flores,
para que de todos los trozos sueltos
de sus bellos nombres propios
obtenga un extracto de mil aromas.
Y quiero comprar frutos, frutos donde otra vez
esté hasta los cielos metido el campo.
Pues tú comprendiste esto: frutos plenos.
Los ponías en platos frente a ti,
y medías con colores su peso.
Y así como frutos contemplabas también a las mujeres.
E igualmente veías a los niños, tendiendo
desde dentro a las formas varias de su existencia.
Y al fin te veías a ti misma como un fruto.
Te hurtabas de tus ropas y posabas delante
del espejo, te metías en él, en su interior,
excepto tu mirada. Tu enorme mirada quedaba fuera
y no decía: eso soy yo; no, sino tan sólo: eso es.
Así, sin curiosidad, estaba tu mirada,
así de desprendida, así de verse pobre,
que ni a ti misma codiciaba: santa.
Así quiero yo guardarte, tal como
posabas en los espejos, dentro de tu hondura,
y de todo alejada. ¿Por qué llegas ahora siendo otra?
¿Acaso quieres retractarte de algo? ¿Pretendes
persuadirme de que en las cuentas de ámbar
que rodeaban tu cuello había aún algo pesado,
de aquella pesadez de que carecen
los cuadros acallados del allende? ¿Quieres
pronosticarme un mal agüero con tu comportamiento?
¿Qué te quieren decir los contornos de tu cuerpo
como líneas de una mano
para que yo ya no las pueda ver sin destino?
Aproxímate a la luz de la vela. A mí no me da miedo
contemplar a los muertos. Pues si vienen
están en su derecho de quedarse
en nuestra mirada como las demás cosas.
Acércate; estémonos callados un momento.
Mira esta rosa sobre mi mesa de escribir;
¿no es la luz que la circunda tan tímida
como la que se cierne sobre ti? No debería estar tampoco aquí.
Su sitio es el jardín, no mezclada conmigo,
debiera haberse quedado o extinguido, –
ahora perdura así: ¿qué es mi conocimiento para ella?

No te espantes si yo ahora, ay, comprendo,
ahora asciende en mí: no puedo evitarlo.
Comprenderé, aun cuando por ello me muriera.
Comprender que tú estás aquí. Comprendo.
Como ciego cuando palpa una cosa
siento tu destino y no sé nombrarlo.
Prorrumpamos ambos a dos la queja, para
que uno te saque de tu espejo. ¿Puedes llorar aún?
No puedes. La fuerza y afluencia de tus lágrimas
has transmutado en tu mirar maduro,
y estabas atareada, cualquier humor en ti,
en trasladarlo a tu fuerte existencia.
Ésta asciende y gira en ciego equilibrio.
Allí te desgarró el azar, tu postrero azar.
Te desgarró retrógrado desde un avanzadísimo progreso
y te retrajo a un mundo en que los humores quieren.
No te desgarró del todo; se desgarró primero sólo un trozo,
mas como día a día en torno a un trozo
iba creciendo la realidad y se tornó pesada,
necesitaste emplearte toda entera: fuiste pues a su encuentro
y esforzada te rompiste a trozos de la ley,
porque a ti misma te necesitabas. Entonces
te derribaste y cavaste desde tu corazón
atemperado terruño nocturno que haría germinar
las semillas aún verdes de tu muerte, tuya,
tu muerte propia con tu propia vida,
y las comiste, granos de tu muerte,
y los comiste como todo el mundo, los granos de tu muerte,
y te quedó un regusto de dulzura,
que tú no sospechabas, tus labios fueron dulces,
tú, que eras ya dulce en el interior de tus sentidos.
Concédenos la queja: ¿Sabes cómo tu sangre
se demoraba sin par desde un círculo
y volvía a disgusto cuando tú la reclamabas?
Qué confusa la tomaba de nuevo
la circulación menor de tu cuerpo; con qué recelo
y pasmo entraba en la placenta, y se hallaba cansada
al volver de su largo recorrido.
La acosabas, la echabas por delante,
la empujabas al centro de la hoguera,
tal como se hace con los animales que van al sacrificio;
y aún querías que estuviera contenta,
y al fin lo conseguías a la fuerza: se ponía contenta,
y acudía sumisa a entregársete. Así te parecía,
porque tenías otras medidas por costumbre,
sería tan sólo por un momento;
pero entonces estabas en el tiempo, y el tiempo
es largo, pasa y se acrecienta,
y es como recaída de larga enfermedad.
Corta fue tu vida si la comparas
con aquellas horas cuando sentada
doblegabas en silencio las múltiples fuerzas
de tu mucho futuro en aras de tu nuevo vástago en germen,
que era otra vez destino. Oh, trabajo infeliz,
superior a todas las demás fuerzas. Y tú lo cumplías
día tras día, y a rastras lo seguías,
traías del telar la hermosa trama,
y siempre de otro modo usabas todos los hilos.
Y al fin aún te quedaba ánimo de festejar.
Pues listo el trabajo querías tener el premio,
igual que los niños que apuran su té agridulce
como medicina que acaso sana.
Así tú te premiabas, pues de todo otro premio
estabas muy distante, incluso ahora;
nadie se hubiera imaginado el premio que a ti te agradaba.
Tú sí, tú lo sabías. Tú posabas en tu lecho de puérpera,
y en frente de ti se alzaba el espejo, que te devolvía
todas las cosas. Y tú eras todo eso
ante ti misma, y dentro había sólo ilusión,
la bella ilusión de toda mujer que gustosa
se enjoya y muda de peinado.
Así te has muerto tú, como antaño morían las mujeres,
te moriste a la moda antigua, en la casa caliente,
tal como se mueren las parturientas
que quieren cerrarse y ya no lo logran,
porque aquello oscuro que coparieron
retorna una vez más, empuja y entra.
Ay, ¿no habría que buscar plañideras,
las mujeres que plañen por dinero,
a las que así se les puede pagar
para gritar en la noche serena su planto?
¡Vengan usos aquí! No tenemos bastantes.
Todo pasa y las palabras se extinguen.
Así debes venir tú, muerta, y aquí conmigo
recobrarás la queja.
¿Es que no oyes mi queja? Quisiera echar mi voz
como un paño sobre los añicos de tu muerte
y vapulearlo hasta hacerlo harapos,
y todo lo que diga en esta voz
irá así de harapiento y de frío entumecido;
permanece en tu queja. Pero yo ahora acuso:
no a Uno que te retrajo de ti,
(yo no lo identifico, es como todos)
acuso a todos en él: al varón.
Si en algún sitio profundo en mí surge
un niño que existió, al que aún no conozco,
quizá el más acendrado ser-niño de mi infancia,
no lo quiero saber. Formar quiero de eso
un ángel, y sin reparar en él
lanzarlo a la vanguardia de los ángeles
gritadores, que hacen que Dios recuerde.
Pues esa aflicción es ya demasiado larga
y no hay nadie que la pueda llevar, nos es harto pesado
el confuso dolor de un amor falso,
que, como un uso en vías de extinción,
se le llama derecho, y crece de un entuerto.
Dónde el varón que tenga derecho de poseer.
Quién puede poseer lo que en sí mismo no se sostiene,
sólo lo que feliz de cuando en cuando se coge como al vuelo
y otra vez se tira como el niño la pelota.
Como el estratega que a duras penas mantiene
firme una Nike[*] en la proa de la nave
si el arcano alado ser de su divinidad
la alza de súbito en la clara brisa marina,
así menos puede uno de nosotros
llamar a la mujer que no nos ve
y que sobre una estrecha franja de su existencia
se aleja, como por un milagro, sin tropiezo:
el que lo hiciere se haría con gusto culpable.
Porque la culpa es eso, si es que de algún modo la culpa existe:
no acrecentar la libertad del ser al que se ama
por la libertad que de uno mismo surge.
Tenemos sí, donde quiera que amemos,
sólo esto: dejarnos, pues retener,
eso es fácil y huelga el aprenderlo.
¿Estás tú aún ahí? ¿En qué rincón estás?
Has sabido mucho a pesar de todo,
y así lo has sabido hacer, pues así te entregabas,
abierta para todo, como el romper de un día.
Las mujeres sufren: amar dice soledad,
y artistas presienten a veces en el trabajo
que es menester transformarse donde quiera que amen.
Tú empezaste ambas cosas, ambas están en aquello que ahora
trunca una gloria que se va contigo.
Ay, tú estabas lejos de aquella gloria. Te recatabas
en tu sencillez; suavemente habías recogido tu belleza
tal como se recoge una bandera
en la mañana gris de un día laborioso,
y no ansiabas más que un trabajo largo, –
la labor no hecha: no hecha sin embargo.
Si tú estás aún ahí, si en esa oscuridad hay todavía
un lugar donde tu sensible espíritu
resuena en las llanas ondas sonoras,
una voz que, solitaria en la noche,
se conmueve en la corriente de un alto aposento[**]:
Entonces óyeme: Ayúdame, mira, así nos deslizamos
sin saber cuándo, retrógrados desde nuestro progreso,
en algo que no acertamos a ver;
allí dentro nos enredamos como en un sueño
y dentro morimos sin despertar.
Ninguno va más lejos. A aquel a quien su sangre
levante hasta una obra de largo alcance
le puede suceder que no la mantenga en alto,
y vaya por su peso sin valor.
Pues por doquier existe una antigua hostilidad
entre la vida y el trabajo grande:
Ayúdame para que lo vea y lo proclame.
No vuelvas. Si lo soportas sé así,
muerta junto a los muertos.
Los muertos están bien entretenidos.
Pero ayúdame de modo que ello no te disperse,
como en mí lo más lejano me ayuda.


[*] Se refiere a la Victoria de Samotracia que está en el Louvre, sobre la que, en oposición a la excesiva modernidad de la Venus de Milo, escribe desde París el 26 de septiembre de 1906 a Clara: «Pero la Nike de Samotracia, la diosa de la Victoria sobre el casco de la embarcación, con el maravilloso movimiento y el vasto viento del mar flotando en el ropaje, es para mí un prodigio, todo un mundo. Esto es Grecia.

[**] Alude a la inspirada corriente (Strömung) en el cuarto de un piso alto de su refugio en París, y que Rilke aclara en la carta a Sidonia un día después de concluido el Réquiem. La identificación del espíritu de Paula, aún no aquietado, con el suyo es perfecta.



RÉQUIEM
POR WOLF, CONDE DE KALCKREUTH
(1908)

      Compuesto los días 4 y 5 de noviembre de 1908 en París, está dedicado a la memoria del poeta lírico Wolf Kalckreuth, nacido el 9 de junio de 1887 en Weimar, hijo del pintor Leopold, conde de Kalckreuth, y de la condesa Bertha de Kalckreuth y York de Wartenburg. Se suicidó en Cannstatt disparándose un tiro, el 9 de octubre de 1906, pocos días después de ingresar en el ejército como voluntario.

RÉQUIEM POR WOLF, CONDE DE KALCKREUTH

¿No te he visto en verdad nunca? Mi pecho
está apesadumbrado por ti como por un comienzo
muy grave que se aplaza. ¿Cómo empezaría
a invocarte, a ti, que estás muerto, tú, a gusto,
apasionadamente muerto? ¿Te alivió eso tanto
como creías, o estaba el renunciar ya a la vida
todavía lejos del estar muerto?
Te figurabas poseer mejor allí donde
no se da valor a la posesión. Te pareció
que en el allende estarías siempre dentro, en el paisaje,
que aquí, como una imagen, se te escapaba siempre,
y desde el interior llegarías a la amada vibrante y poderoso.
Ojalá que ahora el desengaño no vaya unido
largo tiempo a tu juvenil error.
Que tú, disuelto en un largo caudal de tristeza,
y arrebatado, sólo a medias consciente,
en el movimiento en torno de lejanos astros,
encuentres la alegría que distante de aquí
trasladaste a la muerte de tus sueños.
Qué cerca, oh amigo, estuviste aquí de ella.
Qué hogareña estaba aquí la que tú anhelabas,
la seria alegría de tu severa nostalgia.
Si tú, desilusionado de dicha y desdicha,
horadabas en ti y fatigado subías
a la superficie con una visión
bajo el peso casi frágil de tu oscuro hallazgo:
entonces la llevabas, llevabas la alegría
que no reconociste, llevabas la carga
de tu pequeño salvador a través
de tu sangre y la pasaste a la otra orilla.
¿Por qué no esperaste a que lo pesado
se hiciese insoportable? Entonces se invierte
y es grave porque es auténtico. Ves,
esto fue quizá tu instante más cercano;
se acercaba tal vez ante tu puerta,
la corona en el pelo, cuando tú de un portazo la cerraste.
Oh, ese golpe, cómo va por el cosmos,
cuando, igual donde, al filo de la rígida corriente de aire
de la impaciencia cae algo abierto bajo cerrojo.
¿Quién puede jurar que en la tierra un salto
no pasa a través de simiente sana?
¿Quién indagó si en mansos animales
no late lascivo placer de matar cuando ese
tirón enciende un relámpago en su cerebro?
¿Quién no conoce la influencia que salta
de nuestro obrar a la próxima cumbre
y quién le acompaña allí, a donde todo conduce?
¡Qué se diga de ti que has destruido,
qué eternamente tenga que decirse!
Y aun cuando irrumpa un héroe, que el sentido
que tomamos por rostro de las cosas,
arranque como un disfraz, y con furia
nos muestre rostros, cuyos ojos mudos
nos sigan mirando por simulados orificios:
eso que tú has destruido, eso es como un rostro
incapaz de cambio. Bloques yacían sueltos por el suelo,
y en el aire en torno había ya el ritmo
de un edificio apenas ocultable;
tú los rodeabas y no veías su orden,
uno te tapaba al otro, y cada uno
te parecía echar raíces cuando
al pasar por delante, con menguada confianza,
intentabas alzarlo. Y en la desesperación
los alzaste todos. Pero tan sólo
para arrojarlos de nuevo en la cantera abierta,
en la que, dilatados por tu corazón,
ya no cabían. Si una mujer hubiese
puesto su mano leve sobre el comienzo
todavía tierno de esa ira, si alguien
que estuviese atareado, atareado en lo más íntimo,
se acercara a ti en silencio, cuando tú, mudo, saliste
a consumar la acción; si hubiese guiado tan sólo
tus pasos a una herrería despierta, en que los hombres
hacen sonar los yunques, donde el día
llanamente se cumple; si en tu mirada llena
hubiera habido tan sólo el espacio suficiente para albergar
la imagen del escarabajo y sus fatigas,
entonces hubieras tenido la clarividencia
para leer la escritura, cuyos signos
desde la infancia habías grabado lentamente en ti,
intentando de tiempo en tiempo formar con ellos
una frase: y te parecía siempre sin sentido.
Lo sé, lo sé: Tú te tendías allí palpando
las ranuras igual que si palparas
la inscripción de una tumba. Cualquier cosa
te parecía arder, la tomabas por antorcha
iluminando ese renglón, mas la llama se extinguía
antes que lo abarcaras, quizá con tu aliento,
quizá por el temblor de tu mano, acaso
por sí sola, como a menudo se extinguen las llamas.
Nunca lo has leído. Pero nosotros no osamos leer
a través del dolor y desde lejos.
Nosotros sólo vemos los poemas que aún
sobre el declinar de tu sentimiento
llevan las palabras que tú elegiste. No,
no todas las elegiste tú. A veces era un comienzo
que se te imponía como un todo, y lo repetías
como si fuera un mensaje. Y te parecía triste.
¡Si de ti mismo lo hubieras oído!
Tu ángel lo recita aún ahora, acentuando
el mismo texto de otro modo, y en mí rompe
el júbilo por esa manera de decirlo,
el júbilo sobre ti; pues era tuyo:
¡Qué todo lo placentero cayese de ti,
y que viéndolo hayas reconocido
la renuncia, y en la muerte tu progreso!
Eso era tuyo, oh tú, artista, estas tres
formas abiertas. Mira, he aquí el vaciado
de la primera: espacio en torno a tu sentimiento;
y de aquella segunda te esculpo el contemplar
que nada apetece, el contemplar del gran artista,
y en la tercera, la que tu mismo muy temprano
quebraste, cuando apenas entraba el próximo chorro
de temblante lava de tu corazón al rojo –,
fue una muerte formada por un buen trabajo
en bajo relieve, aquella muerte propia
que tanto nos necesita, porque la vivimos,
y en la que en ningún sitio estaremos tan cerca como aquí.
Todo esto fue tu bien y tu amistad;
a menudo lo habías presentido; mas luego
te espantó la oquedad de aquellas formas,
quisiste hacer presa en ellas y sacaste el vacío,
y te quejaste. Oh antigua maldición de los poetas,
que se lamentan en lugar de dejar oír su voz,
que siempre opinan sobre el sentimiento
en vez de configurarlo, que siempre creen
que lo que en ellos es triste o alegre
lo sabían y les era dado deplorarlo
o celebrarlo en el poema. Como enfermos
se valen quejumbrosos del idioma
para señalar donde les duele
en vez de transformarse implacables en palabras,
como el cantero de una catedral, que tenaz
se identifica con la impasibilidad de la piedra.
Eso era la salvación. Si una vez hubieras
visto cómo el destino se adentra en los versos
y allí se asienta, cómo se hace figura en su interior,
y nada más que figura, a la manera de un antepasado
que en el marco, cuando levantas hacia él la vista,
tiene y no tiene contigo parecido –:
si hubieras perseverado.

                    Pero es de poca monta
pensar lo que no fue. En la comparación hay también
un vislumbre de reproche que a ti no te toca.
Lo que sucede lleva tal adelanto
a nuestro juicio que siempre nos deja atrás,
y jamás sabremos cómo realmente apareció.

No sientas vergüenza de que te rocen los muertos,
de aquellos muertos que perseveraron
hasta el fin (¿Qué quiere decir fin?).
Cambia tranquilo la mirada con ellos, como
es uso, y no temas que a ti nuestra tristeza
te abrume en exceso y llames entre ellos la atención.
Las grandes palabras, pronunciadas en los tiempos
cuando el suceder era aún visible ya no nos pertenecen.
¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo.



Literatura .us
Mapa de la biblioteca | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar