Antón Chéjov
(Ucrania, 1860 - Alemania, 1904)
Poquita cosa (1883)
[Otros títulos en español: “La calzonazos”, “Blandura”]
(“Размазня”)
Originalmente publicado en la revista Fragmentos, 9 (19 de febrero de 1883);
Relatos abigarrados (1886, primera edición), con algunos cambios de puntuación.
Hace unos días invité a Yulia
Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho.
Teníamos que ajustar cuentas.
—Siéntese, Yulia Vasilievna —le
dije—. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará
falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí
misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos
por mes...
—En cuarenta...
—No. En treinta... Lo tengo
apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos...
Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
—Dos meses y cinco días...
—Dos meses redondos. Lo tengo
apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que
descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado
clase a Kolia, sólo ha paseado... más de tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió
el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni
palabra!
—Tres días de fiesta... Por
consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia
estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia...
Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le
permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman
diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y
un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia
Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se
estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero...
¡ni palabra!
—En víspera de Año Nuevo usted
rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro
que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que
Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta
de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita...
Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó
a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted
recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de
enero usted tomó prestados diez rublos.
—No los tomé —musitó Yulia
Vasilievna.
—¡Pero si lo tengo apuntado!
—Bueno, sea así, está bien.
—A cuarenta y uno le restamos
veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de
lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita,
aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
—Sólo una vez tomé —dijo con
voz trémula— . Le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca
más lo hice...
—¿Qué me dice? ¡Y yo que no
los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo
de once... ¡He aquí su dinero, querida! Tres... tres... uno y uno...
¡sírvase!
Y yo le tendí once rublos... Ella
los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
—Merci —murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a
caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
—¿Por qué merci? —le
pregunté.
—Por el dinero.
—¡Pero si ya la he desplumado!
¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
—En otros sitios ni siquiera me
daban...
—¿No le daban? ¡Pues no es
extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección...
¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en
un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan apocada? ¿Por
qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en
este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita
cosa?
Ella sonrió débilmente y en su
rostro leí: “¡Se puede!”
Le pedí disculpas por la cruel
lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos.
Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la
mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!
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